Por: Erika Botero V.
Directora Jurídica Derechos Humanos Sin Fronteras
En las vastas tierras del sur de Chile, donde el viento recorre los árboles y los ríos guardan siglos de historias, una nueva narración de esperanza y justicia ha emergido. Es un relato de resistencia, donde la dignidad y el coraje han prevalecido sobre las fuerzas industriales, devolviendo al pueblo mapuche la luz de una esperanza por la que han luchado incansablemente.
La Lucha Silente de una Líder Mapuche
Grisel Ñancul Fritz, testigo y defensora de la herencia de su pueblo, ha protegido con firmeza su tierra ancestral. Su lucha, lejos de actos confrontativos, ha sido un acto de valor y persistencia en defensa de los territorios que no son simples bienes materiales, sino parte esencial de la identidad y espiritualidad de su comunidad. Al lado de su madre, Nora del Carmen Fritz Ancul, Grisel ha apelado a derechos inalienables que unen al pueblo mapuche con las tierras que habitan, siguiendo una cosmovisión enraizada en una relación profunda con la naturaleza.
La Corte de Apelaciones de Concepción ha reconocido en su fallo este vínculo inquebrantable. Respaldándose en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el tribunal recordó que los pueblos originarios tienen derecho a la propiedad y posesión de sus tierras tradicionales. Este principio no solo es un compromiso adquirido por Chile a nivel internacional, sino también una afirmación inequívoca de que los territorios indígenas son sagrados y fundamentales para la vida y cultura de estas comunidades.
El Joven Abogado que Retó al Gigantismo
En esta causa emblemática, un joven defensor se suma a la historia. Rodrigo Andrés Pizarro Rosales, abogado especializado en derechos humanos, asumió sin titubeos una lucha en apariencia desigual. Decidido a enfrentarse a las grandes empresas forestales y sus vastos poderes, Pizarro optó por fundar sus argumentos en principios y tratados que garantizan los derechos esenciales de las comunidades originarias.
Con un análisis exhaustivo de las normativas nacionales e internacionales relevantes, Rodrigo encauzó su lucha hacia un mensaje claro: el Estado chileno tiene una responsabilidad ineludible en proteger los derechos de los pueblos indígenas. Basándose en instrumentos claves como el Convenio 169 y la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, destacó que cualquier intento por despojar o criminalizar las reivindicaciones pacíficas de estas comunidades supondría una violación no solo al derecho interno, sino también a compromisos internacionales.
Un Hito Judicial que Resuena Más Allá del Pueblo Mapuche
En su veredicto, la Corte reafirmó la validez de los Títulos de Merced que vinculan al pueblo mapuche con sus tierras ancestrales, reconociendo además sus derechos culturales y ceremoniales. Asimismo, declaró que elementos fundamentales del territorio, como el Rewe y otros sitios sagrados, son indispensables para la protección espiritual y cultural de la comunidad. Estos lugares constituyen el alma viva de su cosmovisión y deben ser respetados como espacios esenciales para su existencia e identidad.
El fallo no solo protege un territorio; también pone en tela de juicio prácticas destinadas a criminalizar reivindicaciones legítimas en favor de intereses económicos. Esta sentencia representa un precedente significativo para todas las comunidades originarias dentro y fuera del país que luchan pacíficamente por preservar su historia y derechos.
Más que una Victoria Judicial, un Triunfo por la Paz
La victoria alcanzada por Grisel Ñancul Fritz y su representante legal no significa únicamente un logro jurídico. Es una victoria moral que resalta el poder transformador de la paz y del esfuerzo incansable por mantener vivas las raíces culturales e históricas. Este caso demuestra al mundo que incluso frente a obstáculos monumentales, la justicia puede abrirse camino cuando se funda en la verdad y el respeto a los derechos fundamentales.
Que esta batalla ganada inspire a otros pueblos y comunidades a perseverar en sus luchas pacíficas, recordándonos que el valor colectivo siempre puede prevalecer cuando se defiende con convicción lo esencial: la conexión con la tierra, la identidad cultural y la dignidad inherente de quienes luchan por su historia.